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miércoles, abril 01, 2009


Raúl Alfonsín 



En el 83 yo tenía apenas 14 años y la rebeldía corriendo por mis venas con todo el ímpetu imaginable; de política sabía más vale poco y nada, porque como ya expliqué varias veces venía de un hogar de abuelo radical acérrimo y padre peronista, o sea, de eso no se hablaba.

El caso es que la primavera de la democracia me agarró en la flor de la edad, presentando mi propia lista para el 1° Centro de Estudiantes del Nacional 1 de mi ciudad después de los 7 años de oscurantismo dictatorial; mi mejor amigo, peronista él, iba de presidente y yo de secretaria. Ganamos.

Ganamos al mismo tiempo que ganaba Alfonsín.

Tengo varios recuerdos sobre esos momentos: festejos en la ciudad, banderías políticas unidas en saludos y felicitaciones (cosa que no he vuelto a ver), la sonrisa de mi abuelo, la cara de frustración de mi viejo, la Plaza llena de gente trasmitida por la tele y mucho pero mucho aire de libertad.

Al poco tiempo vino el Juicio a los milicos y todos, absolutamente todos, creímos un poco más en Alfonsín. Después vino el Punto final, la Obediencia Debida y el Pacto de Olivos, y varios nos desengañamos tristemente. Mi viejo me susurró por lo bajo: "siempre hacen lo mismo, los radicales no sirven para gobernar." Y yo tuve muy en cuenta sus palabras.

Aunque acepto que seguía entendiendo bastante poco, pero algo se iba armando dentro mío como un rompecabezas; y si alguna cosa me queda es memoria.

Hoy, con Alfonsín muerto, no voy a caer en el eterno y ridículo verso de que todo muerto es mejor persona. Este hombre como todos nosotros, tenía cosas muy buenas: era un animal político, con ideales que defendía con uñas y dientes, con un punto de vista muy propio que enarboló hasta el final de sus días. Y también, como todos, tuvo muchos desaciertos y unos cuantos errores bastante grandes, a mi entender.

No comparto ni compartiré jamás el discurso radical, pero eso no quita que hoy me mantenga dentro del marco del respeto para quien fuera el primer presidente de la democracia. Críticas me sobran, pero no es el momento.

Y en este punto, luego de haber leído cientos de posts y noticias al respecto, voy a citar al que mejor lo ha dicho, Mendieta:

Y no me voy a sumar al coro ese de que Don Raúl, que acaba de morir, es el padre de la democracia. Así como Perón no es el padre de la justicia social. No. Ellos, en todo caso, son hijos –primogénitos, eso sí- de pueblos que buscan un camino.


Del resto se encargará la historia y los que quedamos por un tiempo todavía, en tanto mis más respetuosas condolencias a todos los radicales de este país, sobre todo a mi vieja y mi tía que seguramente han derramado más de una lágrima anoche por este hombre al que admiran con absoluta franqueza. Y eso, obviamente, es más que respetable.

Dulces sueños, Don Raúl; descanse en paz.
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